El gusto es relativo. Así que mi gusto por el evangelio quizá sea
particular. El gusto mío por el evangelio es un evangelio que anuncia la paz y
que promueve la transformación social.
Hoy se subió un hombre a la guagua (autobús) en que venía y a cada
pasajero le entregó un tratado (publicaciones breves y gratuitas que
distribuyen algunos cristianos para anunciar el evangelio). Como son tan breves
los suelo leer. Pues nada, empecé, el título era "La tienda de Dios
gratis para ti".
Cuando empecé a leer me pareció un escrito lleno de paz, pero como estoy
acostumbrada a leer tratados que lo que hacen es recordarme amenazantemente que
"me voy a perder" y que "voy a arder en un lago de azufre y
fuego", pasé rápidamente mi vista por todo el escrito buscando la espinita
que la mayoría de veces encuentro y que inmediatamente me hace soltar el
tratado.
Pues no, no la encontré, ni en un solo rincón de los cuatro lados del
tratado. La narración era acerca de un hombre que iba por un camino, entró a
una tienda llena de ángeles y empezó a comprar paciencia, amor, comprensión,
sabiduría, fe, perdón, fuerza, coraje, salvación y oración. El mismo
protagonista de la historia, ficticia por supuesto, narra que ya cuando iba a
pagar la cuenta vio junto al cajero un estante con paz y felicidad, y que
también las tomó y las echó en su canasta; que luego vio que la alegría colgaba
del techo y aprovechó para coger un paquete.
El fin es que cuando el hombre va a pagar la cuenta el cajero le dice
que no, que todo eso es gratis, que ya Jesús pagó para que él pudiera disfrutar
todas esas cosas gratuitamente ¡Qué mensaje tan lindo!
Honestamente el mensaje me llegó, lo
sentí tierno y lleno de amor. Ni una palabra negativa en todo el escrito. Sentí
una sensación de paz con todas las palabras lindas de significados buenos que
leí allí. Ciertamente sentí deseos de congregarme en una iglesia con capacidad
de producir algo tan positivo, tan alentador y tan bueno.
Verdaderamente, digan lo que digan, para mí el evangelio debe ser una
cuestión de paz. Las condenas abruman. En un mundo en el que la gente pasa por
tantas situaciones difíciles, cansancio, calor, enfermedad y escasez, subirse a
una guagua a escuchar una persona diciendo que no eres hijo de Dios, que te vas
a perder, que vas a arder en un lago de fuego, que estás en pecado, que todo lo
que te pasa es un castigo de Dios porque eres pecador y por no convertirte, es
realmente una cosa desoladora.
Sé que hay formas más efectivas de promover algo tan precioso, algo así
como ese tratado que leí hoy. Algo a lo que yo llamo: ¡Un buen tratado!
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