Una de las cosas que más me enorgullecen y recuerdo de mi querido pueblo, El Seibo, es su
patriotismo. La conmemoración del natalicio de Juan Pablo Duarte era una fiesta
municipal por todo lo alto y lo ancho. Meses antes de las fechas patrias los
estudiantes de casi todos los centros de educación básica y el liceo practicábamos la marcha del día de Duarte, de la Independencia y
de cada otra efeméride patria.
Casi todos
los días recuerdo a mis profesores de Educación Física Rafa, Pempo o hasta al
mismo Villa, en la Eloina Constanzo, la escuela de La Higuera o el liceo Sergio
Augusto Beras, cuando nos decían con autoridad: -“marque el paso… marrrrrrr, 1,
2, 1, 2, 1, 2, 3 y 4” y luego, a mitad de la marcha retumbaban con sus impetuosas
y estridentes voces que se escuchaban en todo el patio gritando: -“exhibición,
cadencia, 1, 2, 1, 2, 1, 2, 3 y 4”.
Todo eso
duraba desde la práctica hasta el día de la marcha en que atravesábamos casi todo
el pueblo en cadencia total sosteniendo la bandera hasta llegar al parque Juan
Pablo Duarte donde se realizaba el acto de cantar, declamar, exponer,
dramatizar y bailar, todo en nombre de Duarte y de la Patria. El mismo Villa
siempre coordinando el tradicional coro del liceo y la profesora Esmeralda organizando
las poesías. Qué dicha haber estado allí en aquellos tiempos. Cuántas
enseñanzas con tan solo recitar, marchar y cantar. Así aprendimos a elogiar, a respetar
y a recordar a los patriotas y así es como se han convertido en adoración estos
días de colores azul, rojo y blanco.
Y aunque la
madre de Juan Pablo Duarte, doña Manuela Díez Jiménez era seibana, no solamente
para la conmemoración de Duarte se realizaba este acto, siempre fue así para
Matías Ramón Mella, Francisco Del Rosario Sánchez y cada otra efeméride patria. Y así nos aprendimos sus himnos que de día en día sé que salen de
nuestro corazón, pasan por nuestras gargantas vueltos un nudo y se liberan por nuestros
labios ya a estas alturas concebidas por nuestras conciencias como puras canciones
de amor.
Y mis
compañeras y mis compañeros, qué grandes, no importaba qué tan caliente se
sintiese el sol o lo larga que fuera la caminata, lo hacíamos con amor, llenos
de orgullo, era todo un honor, uniformados de azul y caqui. Y hasta peleábamos
por ser uno de quienes llevaran la bandera delante. Ese fue siempre un día de
nerviosismo que nos erizaba al cantar el Himno Nacional.
Y cada
quien siempre ponía su mayor empeño en que la marcha quedara impecable. Cadencia
total, nadie osaba equivocarse. Como si fuésemos militares que ni en los giros
ni en las vueltas raras se equivocaban. Siempre alineados y sin que alguien
perdiera la cadencia ni siquiera cuando decían: -“desplegar”. Sin dudas que
esos son de los mejores recuerdos de mi infancia y de mi adolescencia, un
verdadero emblema. Deseo la misma dicha para mis hijos y las presentes y futuras
generaciones de mi querida República Dominicana.
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